Art Surf Camp,
Cariño, te quiero, pero a veces solo tengo que hacer cosas por mi cuenta. Ahora, escúchame por favor. Me encanta viajar contigo, después de haber estado juntos en Costa Rica, Indonesia, Hawái, Sri Lanka y buena parte de California, puedo afirmar que lo viajamos mejor que cualquier otra pareja que haya conocido. Pero a veces siento que tengo que enfrentarme solo a la carretera, no consigo explicar el sentimiento visceral que hay detrás de esto, pero al menos puedo intentar darte algunos ejemplos de razones por las que elegiría ir a algún sitio sin ti a mi lado.
A veces tengo ganas de, simplemente, acariciar mi tabla de surf, lo sé, no es un amor como el nuestro, pero es una especia de amor. Por supuesto, las sensaciones que me producen el tacto de la tabla no es lo mismo que despertarme junto a ti, que tocar tu pelo largo y disfrutar de tus besos, no obstante también lo disfruto, pero por otras razones. Y como dije antes, no consigo explicarlo.
Sé que te gusta el surf y que siempre encuentras una forma de disfrutar cualquier situación en la que estamos, pero siempre termino sintiéndome mal. Disfruto más la experiencia surf cuando no tengo que pensar que estás sentada en la playa o acostada en la furgo mientras estoy surfeando durante horas.
Echaré de menos algunas de las cosas que hacemos cuando viajamos juntos, las cuales tendré que ignorar cuando viaje solo. Algo tan simple como hacer una comida tiene un sentido completamente diferente si estoy contigo o no. Me encanta como conseguimos convertir en actividad el simple hecho de cocinar de acampada, en una actividad divertida y única – muy diferente de cocinar en casa. Sé que ambos disfrutamos creando obras maestras culinarias con un sencillo set de cocina: dos quemadores y una cacerola de hierro, sin embargo, cuando estoy solo y el objetivo es pasar el mayor tiempo posible en el agua, a menudo renuncio a comidas más formales. Es un ejemplo simple de las grandes diferencias que hay entre viajar contigo o sin ti. Jamás querría que estuvieras sentada en total oscuridad, comiendo una lata de mejillones y un poco de pan de molde. Quizás es algún tipo de condicionamiento Pavloviano que hace que mi cerebro relacione “comidas” como esa con surfear todo el día, me gusta. A veces necesito estas privaciones auto-impuestas para hacerme sentir yo de nuevo, es extraño, pero es parte de mí.
Finalmente cariño, es adictivo. ¿Recuerdas aquella vez que intentamos atajar buscando un spot? ¿Esa vez que, en realidad, el atajo resultó ser el camino más largo? ¿Cuándo nos llegamos a plantear iniciar un incendio forestal para pedir de ayuda porque estábamos totalmente perdidos? Todas esas rascadas que nos hicimos con los tojos aquellos mientras abríamos camino para llegar al buen pico sucede en más de la mitad de los días de surfing. No sé cómo sucede, puede que sea el perro o puede ser cualquier cosa, sin embargo, siempre termina igual y no quiero que para ti se convierta en costumbre. Mi sensación impregna las sábanas de la furgo, las mantas, la ropa, los gorros, el traje de neopreno… es inevitable. Sé que estoy en un buen sitio cuando necesito andar a gatas a través de la maleza como mínimo media hora, significa que estoy entrando en territorio desconocido o que pocas personas conocen, y eso me hace feliz. Como ya podrás adivinar, es algo que no consigo explicar.
Te quiero. Me encanta pasar tiempo contigo y planeo ver contigo tanto de este mundo como nos sea posible. A veces, sin embargo, necesito despegar. Espero que no te lo tomes como algo personal, de hecho, espero que ahora comprendas que en realidad lo hago porque me preocupo por ti. Sería egoísta por mi parte ofrecerte lastas de mejillones en la penumbra, mientras estás todavía empapada de estar todo el día bajo la lluvia todo el día, eso es inhumano. Ahora que lo pienso, ¿por qué me hago esto a mí mismo? ¿Qué demonios me pasa?
¿Sabes qué? Olvídalo! Nunca más vamos a sufrir por olas… volvemos a Indo?